A diario es caso común –por lo menos aquí en Venezuela- toparse con personas que se quejan de que recién hicieron las compras y todo estaba muy caro producto de la especulación de los vendedores, y que el dinero ya no alcanza para nada por esa misma razón. Es para la inmensa mayoría la especulación esa abominable acción que debilita el poder adquisitivo de la moneda, y por medio de la cual hacen cuantiosas fortunas los comerciantes.
No es para nada extraño que muchas personas piensen de
dicha manera, pues durante años los políticos se han encargado de crear un
monstruo en el imaginario popular llamado “el especulador”, incluso han llegado
a invertir grandes sumas de dinero con el único fin de crear propagandas en los
medios en contra de los especuladores, causantes según su versión, de los males
económicos que padece la nación.
En la actualidad es complicado encontrarse aquí en Venezuela
con alguien que no frunza el ceño cuando se habla de la especulación. Un
concepto común dado a la especulación es: Aquél acto de subir los precios de
manera desproporcionada e injustificada para hacer dinero con la necesidad de
las personas.
Ya de entrada se aprecia que el concepto además de ser
errado, ha sido construido con premeditación para crear una situación de conflicto
donde el vendedor vendría siendo el malvado ser sin corazón, mientras el
comprador es la inmaculada víctima. Pero a su vez, se aprecia que existe
ignorancia respecto al tema del precio, pero eso será un punto a tratar en otro
artículo, aquí nos compete únicamente discernir sobre la maldita especulación.
¿Por qué he dicho que el concepto ofrecido por la mayoría
de las personas es errado? Por la sencilla razón de que la especulación es una
acción natural que desarrollamos a diario en cualquier área, y no es ni buena
ni mala. Especular es imaginar posibles escenarios futuros, un intento por
adelantarnos a lo no acontecido. Puesto que vivimos en una realidad dinámica,
los acontecimientos del mañana son rotundamente inciertos, podemos sencillamente
tomar previsiones a lo que creemos que sucederá tomando como referencia el
pasado ya conocido, pero nada más. Lo que nos depara el porvenir es improbable
de conocer con exactitud.
¿Acaso alguno de nosotros sabía a mediados de 2019 algo
respecto al COVID-19, sabíamos cuántas personas se verían afectadas por este
virus, las medidas que tomaría el Estado para intentar evitar su acelerada
propagación, y las consecuencias que dichas medidas tendría sobre la economía?
La respuesta es no, aunque en la mente de alguien este escenario hubiese sido
dibujado, muy seguramente le restó importancia, por lo que podría decir que lo
más probable es que a todos nos tomó por sorpresa. Expongo este caso como
evidencia del desconocimiento que tenemos del mañana.
Es igual que cuando alguien va declarar su amor a otra
persona y para ello le compra un presente, la respuesta que le darán es
desconocida y puede ser la esperada o no. Del mismo modo, cuando iniciamos un
negocio como por ejemplo una venta de comida rápida, no tenemos la menor idea
de cómo responderá el público, simplemente nos esforzamos por ofrecer buena
comida, una buena presentación, y buen servicio de atención.
Por lo que el desarrollo de la vida misma podríamos decir
que es una especulación constante, y el proceder con cautela es lo más
inteligente que se puede hacer. Esto hace que se piense dos veces antes de
intentar ofender a alguien con la palabra especulador, pues la realidad es que
todos lo somos.
De esta manera, el vendedor de cualquier bien no sólo
especula con la aceptación que le dará el público, sino que además con el
precio al que está dispuesto el público a hacer la compra. Dicho precio lo
fijará en definitiva el comprador, y el comerciante evaluará si el negocio es
viable teniendo tales ingresos. Pero además, el buen comerciante –si quiere que
su negocio prevalezca- debe tener en cuenta que el mañana puede variar, por lo
que es menester hacer un análisis íntegro de la situación del mercado donde se
moviliza. Y puesto que en pleno siglo XXI la economía lamentablemente sigue
estando a merced del Estado, él tendrá que observar con detenimiento cómo se
halla la atmósfera política del país.
¿Ahora, por qué en nuestro caso venezolano es tan notoria
la especulación en el área de los precios? Creo que habiendo entendido el
párrafo anterior se puede responder con facilidad a esa pregunta. Los
dirigentes actuales del Estado venezolano han demostrado por 21 años actuar de
manera errática y absurda, teniendo como factor común que dichas actuaciones
van en contra de las libertades individuales y de la propiedad privada, y que
existe un frenesí por la impresión de dinero que es la verdadera razón de que
el signo monetario pierda su poder adquisitivo.
Con tan adverso panorama, al comerciante venezolano no
le queda más opción que prepararse siempre para lo peor, porque la evidencia
hace pensar así, por ello espera conseguir la mayor cantidad de dinero por un
bien, y de esta manera tener capital ahorrado para reponer el inventario, pagar
a sus empleados, hacer las reparaciones que puedan surgir, adquirir nuevos
productos que se cree pueden gustar, y por qué no, para la apertura de alguna
sucursal. Pero sin lugar a dudas, quien tiene la última palabra en el
etiquetado del pecio será el comprador. Si el comprador considera que no vale
la pena gastar tanto dinero en X bien, simplemente tomará una de dos opciones,
1) dejar insatisfecha esa necesidad, o 2) buscar un bien cuya función sea
similar y por el cual pueda desprenderse de menos dinero. Esto pone en aprietos
al vendedor quien deberá hacer cuentas para ver si vender a un precio más bajo
sigue siendo rentable, o si por el contrario elimina dicho bien de su lista de productos
ofrecidos.
Si hoy usted señor(a) que vive en Barinitas va a comprar
un kilo de queso duro y nota que su precio subió en referencia con el de la
semana pasada, no se moleste con el vendedor, antes de ello, pregúntese qué
medidas ha adoptado el ejecutivo nacional para que haya un crecimiento tan
grande del precio, muy probablemente sea que decidió establecer 8 alcabalas más
en el camino desde la quesera hasta el pueblo, en las cuales se cobran peajes
ilegales a fuerza de las armas. Y que el señor de la bodega pasó largas noches
en vela especulando si valdría la pena correr el riesgo de ir hasta la quesera
–gastando por cierto su tanque de combustible y los cauchos de su vehículo- por
el cargamento habitual de queso duro, para luego ponerlo en los refrigeradores
de su pequeña bodega a un precio que no sabe si la mayoría del público admita.
El señor de la bodega puede tener éxito y lograr vender todo el queso
adquirido, pero también puede que no lo logre, debiendo venderlo a un precio
que aunque le generará ganancias, no le bastará para el próximo fin de semana
poner lleno el tanque de su vehículo, y para pagar las nuevas tarifas de las
alcabalas, o a los funcionarios que recién empiezan a organizarse para poner
multas a aquellos que no cumplen las nuevas normas de bioseguridad, sin contar
que puede despertar con la noticia de que abrieron en el pueblo tres bodegas
nuevas que también venden queso duro y con las cuales deberá competir por la
clientela, y que además una de ellas es del primo de un funcionario, por lo que
paga menos en las alcabalas y además está exento de las visitas para evaluar
las normas de bioseguridad.
Y no vale de nada argumentar que el vendedor carece de “humanidad”
al no querer aceptar menos dinero por el bien buscado para satisfacer una
necesidad tan importante como la alimenticia ya que, el vendedor también podría
alegar que el comprador carece de “humanidad” al no querer entregar más dinero para
con este poder satisfacer ciertos compromisos como por ejemplo, comprarle ropa
a sus hijos.
Ahora, si nos fijamos bien, el comerciante no es el único que cambia constantemente los precios, esto también lo hace los médicos, los abogados, los zapateros, o los constructores, por supuesto que no al mismo tiempo ni en la misma proporción. Pero todo se debe a un mismo factor, la inestabilidad del mercado generada por las políticas tomadas desde el Estado. Por supuesto que no puedo dejar pasar por alto el hecho de que cada vez hay más masa monetaria disponible -tanto de bolívares como de otras divisas-, con la cual la gente hacer sus compras, por supuesto que el dinero jamás va estar repartido de manera uniforme, ni aquí ni en ninguna economía, eso es imposible.
Para concluir, la próxima vez que vaya a intentar ofender a alguien llamándole “especulador”, piense que usted también especula a cada momento porque como dijo Ludwig von Mises en su obra, La Acción Humana:
“Toda acción viene a ser una especulación. En el curso de
los acontecimientos humanos nunca hay estabilidad ni, por consiguiente,
seguridad.”
El problema nuestro aquí en Venezuela es que el Estado interviene constantemente todas las acciones acrecentando la inseguridad que ya por naturaleza existe, por ende el reclamo no debe ser jamás para que las autoridades sancionen a los comerciantes por especuladores, sino para que el Estado cese sus grotescas intervenciones. Y ojo, este problema no es un caso excepcional de los venezolanos, esto ocurre en cualquier país del mundo donde los burócratas se toman o se les otorga el poder absoluto para irrumpir en el mercado, que no es cosa distinta que nuestras propias vidas. ¡Piénsenlo!
Por: Diego Mendoza
Twitter: @Diego_MenHer
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