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¡Ese precio no es justo!


Hace unos días atrás hablaba con un amigo respecto al precio de las uvas que se vendieron el pasado mes de diciembre. Él me decía que eran precios injustos por ser tan elevados; que los comerciantes abusaban de su poder y que el ansia de lucro los hacía insensibles. Por supuesto que mi primera pregunta fue ¿A qué precio él consideraba justo vender las uvas? A lo que respondió que para saberlo necesitaría ir directamente con el productor, una vez éste le diera un precio, él sencillamente le multiplicaría más o menos el 20%, y se lo agregaría sobre el mismo. Y ese, sería un precio justo.

He notado, por lo menos aquí en Venezuela, que la mayoría de personas con las que socializo, no tienen una idea acertada de cómo se genera el precio de un bien. La respuesta que comúnmente me dan es que el precio depende del coste de producción. Pero también hay los que dicen que depende de la utilidad que tenga el bien, de la ley de la oferta y la demanda, y unos más, sencillamente dicen que dependen de la ambición de lucro que tenga el vendedor, así como me dijo mi amigo.

Yo no me excluyo aireado de este grupo, pues debo admitir que hasta hace no mucho tiempo atrás, tenía iguales ideas. Nadie jamás en la escuela o en la universidad me intentó corregir el concepto que había asumido sobre la teoría del valor. Siempre en línea con lo sostenido por la exagerada mayoría de los políticos nacionales. Para mí, los costes también determinaban el precio de un bien. No sería sino hasta que empecé por cuenta propia a leer a ciertos economistas de la Escuela Austriaca, cuando me percaté de mi error.

Y la verdad es fácil dejarse influenciar por el discurso trillado de que debe existir un “precio justo”; cómo no, si eso significa que en la mayor inmediatez se va a congelar el precio de cierto bien, por lo que quedaría más dinero disponible para cubrir otras necesidades. Por supuesto, son poquísimos los que se detienen a pensar en las allende consecuencias de un medida como esa.

¿Pero si el coste de producción, la utilidad, la oferta y la demanda, o la despótica ambición de lucro del vendedor no son la raíz que determina realmente el precio de un bien, quién o qué lo hace? Para responder acertadamente a esta pregunta me gustaría citar a Boehm Bowerk, que en La Ley Básica de Determinación del Precio, dice:

“[Podemos] describir el precio como el efecto que resulta en el mercado del impacto recíproco de las valoraciones subjetivas de los bienes y de sus medios de intercambio.”

En otras palabras, el precio de un bien está basado en el aprecio que por él sienten las personas. No todos queremos las mismas cosas al mismo tiempo; todos mentalmente y sin percatarnos, vamos formando una especie de escala de valoración, podríamos decir que ascendente en el sentido que, lo más valorado iría en el primer peldaño. Además, hacemos una especie de continuos versus tanto entre los bienes, como entre los precios. Por ejemplo, cuando vamos a la bodega a realizar una compra, tenemos un precio tope en nuestra mente para la salsa de tomate, digamos, de 10 pesos. Si vemos que se supera, simplemente nos cohibimos de realizar la compra. Pero, no sucede lo mismo con la harina de maíz, a ella le hemos colocado una cota mayor, digamos, de 18 pesos. Pero a su vez, también llevamos en mente qué preferimos, si una salsa de tomate o una harina de maíz. Y vale decir que la cota de precio impuesta en la mente se debe a que emitimos un juicio de valor entre el bien de consumo y el medio de intercambio (dinero). Pensamos, ¿qué quiero hacer, adquirir este producto/servicio a este precio, o mejor me guardo el dinero que me puede ser útil en otra oportunidad?

Por supuesto, hay quien correctamente puede preguntar de dónde salió el precio que ya tiene apuntado el vendedor en su bodega recién inaugurada. Ese precio proviene del mercado; el nuevo vendedor debió simplemente salir y reunir la información ya existente en otras bodegas, y por supuesto, tal vez puede decidir especular un poco en que a él le pagarán precios más altos por el sencillo hecho de que su bodega tiene un gran aviso publicitario, o porque ofrece un vaso con café recién colado a cada cliente que llega, pues como lo menciona Murray Rothbard en, Lo Ilusorio del Precio de Monopolio: “[…] el consumidor no solo compra el producto, sino también "todos sus atributos", incluidos su nombre, el envoltorio, el ambiente del local en el que se consume, etc.”

Pero ¿cómo los otros vendedores recopilaron esa información? Para responder a ello se debe saber que el mercado, es decir, esa interacción constante y voluntaria entre personas para adquirir o deshacerse de un bien, nació de manera espontánea hace cientos de años atrás cuando el hombre empezó a realizar intercambios. Fue un proceso lento pero robusto, y en la actualidad es complicado de destruir. La única manera de hacerlo sería a través de la fuerza, vigilando a las personas para que no intercambien nada. Por lo que cada individuo tendría que vivir con un espía tras de sí.

Incluso en aquellos países donde se ha buscado abolir la estructura de precios esta no desaparece, solamente pasa a funcionar tras telones, por supuesto, jamás en la misma magnitud a razón de los riesgos. Si uno va a cualquier cárcel puede ver que allí también hay un mercado, sólo que adaptado a las condiciones existentes. Los presos  puede que no utilicen la moneda nacional para pagar por estar prohibida, así que utilizan los cigarrillos, las cartas o los dijes, es decir, el llamado dinero mercancía. Y si fuere un sistema sumamente estricto, donde se vigila y prohíbe el traspaso de propiedad de estos bienes, pues entonces los reclusos optarán por intercambiar sus habilidades. Pero al final de cada día, habrían ejecutado intercambios.

Además, así como el comprador tiene establecida su cota máxima de precio que está dispuesto a pagar por un bien, de esta misma manera el vendedor tiene una cota de precio mínima por la que está dispuesto a desprenderse del bien. Aquí volvemos a citar la obra de Boehm Bowerk:

“[...] en el proceso de poner precio existen fuerzas genuinas en acción -no fuerzas físicas, por supuesto, sino subjetivas-. Se trata de los deseos subjetivos de aquellos que quieren comprar un bien y de los deseos subjetivos de aquellos que desean vender un bien a cambio de dinero.”

Como se puede entender, los deseos subjetivos de ambos, comprador / vendedor, son los que se manifiestan para el momento de etiquetar un precio, pero con la obvia diferencia de que sus deseos van en sentido opuesto. Uno desea adquirir un bien específico desprendiéndose para ello de cierta cantidad de dinero, mientras el otro desea deshacerse de un bien específico a cambio de obtener cierta cantidad de dinero. Para que el intercambio llegue a feliz término, es menester que el comprador aprecie más el bien ofrecido que el dinero que tiene en el bolsillo, mientras que el vendedor debe tener un interés contrario.

Claro está que, cada persona que se dirige a la bodega no inicia un regateo con el vendedor, ni tampoco los compradores empiezan a competir vociferando precios como en una subasta, y eso se debe al tipo de negociación que se efectúa, por lo que a aquellas personas que deseen una explicación detallada de cada una, les dejo aquí el enlace para descargar La Teoría Positiva del Capital, de Bohm Bowerk: http://library.mises.org/books/Eugen%20von%20Bohm-Bawerk/The%20Positive%20Theory%20of%20Capital.pdf

O si prefieren, pueden ver la excelente clase que impartió al respecto el economista español Jesús Huerta de Soto, desde la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid: https://www.youtube.com/watch?v=m-M_4v4svuo

 

La negociación que se desarrolla dentro de una bodega, tienda o supermercado, funciona de manera tal que, una empresa ofrece cierta cantidad prudente de un bien a X precio -copiado éste de otros con similares características que se encuentran ya circulando en el mercado-, y la receptividad del comprador le indicará si acertó o no en el cubrimiento de sus necesidades y en el precio. Es un proceso de ensayo y error. Por ello es que todo bien es sometido a riguroso proceso antes de ser puesto a la venta, los empresarios deben hacer lo que se conoce como estudio de mercado para basados en las valoraciones subjetivas ya conocidas hacer su especulación. 

Por ejemplo: que hasta el momento se ha notado que en el pueblo hay por las tardes una gran cantidad de niños comprando helados, más exactamente de chocolate y a un precio que oscila en conocido intervalo. Puede que el nuevo empresario opte por agregar a su helado de chocolate una cubierta con almendras y un centro de jarabe de frutas, que le hace único para el instante. Ya varias personas buscadas como calificadoras lo han saboreado y le han dado su aprobación. Así que el paso siguiente es distribuirlo en ciertos negocios, y acompañar todo con una campaña de publicidad. Si al cierre de los días es factor común que los dueños de los negocios llamen a la empresa a solicitar más de sus helados a razón de que se agotan a gran velocidad, entonces el empresario deberá especular entre aumentar la producción y/o subir el precio. Pero, si el caso es que los negocios le informan al empresario que la gente no compra sus helados, entonces deberá especular entre bajar el precio, o poner nuevamente todo la mezcla a prueba.

Pero esto sólo ocurre cuando los cambios de receptividad son bastante acentuados. De lo contrario, la variación en el precio dentro del intervalo de referencia, lo efectuará solamente el vendedor minoritario. La red de precios funciona de manera ascendente, es decir, del consumidor final al primario. Si los compradores están dispuestos a pagar cada vez más por un helado determinado, y además a llevar más unidades, entonces el vendedor minoritario hará todo lo posible por aumentar sus cantidades de esta mercancía, lo que le indica al empresario que puede aumentar los precios y/o la producción. Y a su vez este, irá al respectivo mercado a ofrecer más dinero por nuevos ingrediente y aparatos.

La labor del buen empresario será siempre la de ser prudente en los momentos de auge, pues en el ejemplo dado de los helados, un aumento repentino en el aprecio que sienten por ellos los consumidores, puede deberse sencillamente al paso de una ola de calor, por lo que no valdría la pena correr con los gastos –incurriendo incluso en deudas- de nuevos equipos y espacios, cuando la situación se puede tratar con lo ya disponible, o simplemente haciendo algún contrato a corto plazo con una ya existente empresa productora de diferentes marcas de helados.

Situaciones como la señalada demuestran además que no existen mercados estáticos o en equilibrio, siempre hay un dinamismo, por ello, inexorablemente los precios son relativos, es decir, dependen de un sin número de circunstancias que hacen que quien posee la autoridad (el comprador) varíe tanto sus apreciaciones como la intensidad sobre las mismas, en un momento y lugar determinado. Es como escribía Ludwig von Mises en su obra, La Acción Humana:

“Cada precio refleja la importancia que los individuos atribuyen a una cosa determinada en la concreta situación en que se encuentran para suprimir su malestar.”

 Así que mi apreciado amigo, claro que ese precio de las uvas no era justo, lo correcto sería decir que, era relativo.

Ahora bien, teniendo esto claro, se debe acotar que las grandes distorsiones que sufre el sistema de precios se pueden deber única y exclusivamente a factores como la explosión repentina de un conflicto bélico, una catástrofe medioambiental, o la más recurrente y extrañamente aceptada, intervención del Estado. El Estado puede distorsionar el sistema de precios al tomar acciones como la expansión de la masa monetaria, la colocación de un impuesto especial, la prohibición de comercialización, o la fijación de precios, regla conocida popularmente como “precios justos”, y es la que nos interesa tratar aquí.

Fijar un precio es tan absurdo como nocivo e irrespetuoso. Quiere decir que los dirigentes del Estado le imponen a la persona el precio al que debe vender algo que es de su entera propiedad. De igual forma, le falta el respeto al comprador puesto que ahora sus valoraciones subjetivas no valdrán de nada, quitándole de esta manera el poder que tiene sobre el etiquetado de precios. Por supuesto, el hombre siempre tenderá a buscar un plano donde pueda realizar sus intercambios en libertad. Es precisamente por ello que los organismos estatales luego de dictar una medida como la fijación de precios, deben empezar una rigurosa vigilancia para castigar a quien no la acate. Como resultado siempre se percibirá lo mismo, escasez del bien condicionado y la formación de un  mercado oculto donde el bien se consigue en menor cantidad y a un precio considerablemente superior puesto que, existe un alto riesgo al movilizarse en el mismo, así que quien desee comprar aún a sabiendas de las represalias, es porque su valoración del bien para satisfacer una necesidad, va más allá de las posibles consecuencias del acto, y deberá convencer a base de mayor cantidad de dinero al vendedor para que este también se arriesgue.

Es por ello que Ludwig von Mises en La Acción Humana, decía al respecto que:

“Lo absurdo de cualquier intento de estabilización de precios radica precisamente en que impide todo progreso y conduce a la rigidez y al inmovilismo. Las mutaciones de precios y salarios, en cambio, provocan soluciones de armonía, incrementan el bienestar y son vehículos de progreso económico.”

Entonces, ¿qué hace pensar a los dirigentes del Estado que en el mercado al ellos fijar el precio de un bien de consumo (ejemplo: el azúcar) los demás factores y circunstancias necesarios para su producción pasarán inmediatamente a ser invariables? La verdad es que nada, si las autoridades estatales acceden a la memez de fijar el precio de un bien -que por cierto lo hacen sobre todo con los llamados “productos básicos”-, es por simple demagogia. El discurso cala con facilidad, pues la natural esencia del proceso de intercambio es, desde la posición del comprador, que éste siempre buscará pagar menos para de esta manera con el dinero restante poder atender otras apetencias. Además, el efecto positivo de esta medida es inmediato, mientras su corolario negativo suele ser más lento. Pero una vez llega, el político de turno ya tiene un argumento de defensa, sus reglas no han fallado, todo es culpa de los vendedores por su inmoral apetito por el lucro. Lo dice sin percatarse –hay que dar el beneficio de la duda- de que comprador y vendedor son dos caras de una misma moneda. Una vez en ese punto, lanza su discurso donde dice que ahora habrá que fijar los precios de algunos bienes de producción, y que, ya ven, al mercado no se le puede dejar que funcione libremente. Algo así como que, cuando el Estado interviene el mercado, el mercado falla, y por ello la solución del Estado debe ser más intervención.

¡Piénsenlo!

Por: Diego Mendoza

Twitter: @Diego_MenHer

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