He notado, por lo menos aquí en Venezuela, que la mayoría
de personas con las que socializo, no tienen una idea acertada de cómo se
genera el precio de un bien. La respuesta que comúnmente me
dan es que el precio depende del coste de producción. Pero también hay los que
dicen que depende de la utilidad que tenga el bien, de la ley de la
oferta y la demanda, y unos más, sencillamente dicen que dependen de la
ambición de lucro que tenga el vendedor, así como me dijo mi amigo.
Yo no me excluyo aireado de este grupo, pues debo admitir
que hasta hace no mucho tiempo atrás, tenía iguales ideas. Nadie jamás en la
escuela o en la universidad me intentó corregir el concepto que había asumido
sobre la teoría del valor. Siempre en línea con lo sostenido por la exagerada
mayoría de los políticos nacionales. Para mí, los costes también determinaban
el precio de un bien. No sería sino hasta que empecé por cuenta propia a leer a
ciertos economistas de la Escuela Austriaca, cuando me percaté de mi error.
Y la verdad es fácil dejarse influenciar por el discurso
trillado de que debe existir un “precio justo”; cómo no, si eso significa que
en la mayor inmediatez se va a congelar el precio de cierto bien,
por lo que quedaría más dinero disponible para cubrir otras necesidades. Por
supuesto, son poquísimos los que se detienen a pensar en las allende
consecuencias de un medida como esa.
¿Pero si el coste de producción, la utilidad, la oferta
y la demanda, o la despótica ambición de lucro del vendedor no son la raíz que
determina realmente el precio de un bien, quién o qué lo hace? Para responder
acertadamente a esta pregunta me gustaría citar a Boehm Bowerk, que en La Ley
Básica de Determinación del Precio, dice:
“[Podemos] describir
el precio como el efecto que resulta en el mercado del impacto recíproco de las
valoraciones subjetivas de los bienes y de sus medios de intercambio.”
En otras palabras, el precio de un bien está basado en el
aprecio que por él sienten las personas. No todos queremos las mismas cosas al
mismo tiempo; todos mentalmente y sin percatarnos, vamos formando una especie
de escala de valoración, podríamos decir que ascendente en el sentido que, lo
más valorado iría en el primer peldaño. Además, hacemos una especie de
continuos versus tanto entre los bienes, como entre los precios. Por ejemplo,
cuando vamos a la bodega a realizar una compra, tenemos un precio tope en
nuestra mente para la salsa de tomate, digamos, de 10 pesos. Si vemos que se
supera, simplemente nos cohibimos de realizar la compra. Pero, no sucede lo
mismo con la harina de maíz, a ella le hemos colocado una cota mayor, digamos,
de 18 pesos. Pero a su vez, también llevamos en mente qué preferimos, si una
salsa de tomate o una harina de maíz. Y vale decir que la cota de precio
impuesta en la mente se debe a que emitimos un juicio de valor entre el bien
de consumo y el medio de intercambio (dinero). Pensamos, ¿qué quiero hacer,
adquirir este producto/servicio a este precio, o mejor me guardo el dinero que
me puede ser útil en otra oportunidad?
Por supuesto, hay quien correctamente puede preguntar de
dónde salió el precio que ya tiene apuntado el vendedor en su bodega recién
inaugurada. Ese precio proviene del mercado; el nuevo vendedor debió
simplemente salir y reunir la información ya existente en otras bodegas, y por
supuesto, tal vez puede decidir especular un poco en que a él le pagarán
precios más altos por el sencillo hecho de que su bodega tiene un gran aviso
publicitario, o porque ofrece un vaso con café recién colado a cada cliente que
llega, pues como lo menciona Murray Rothbard en, Lo Ilusorio del Precio de
Monopolio: “[…] el
consumidor no solo compra el producto, sino también "todos sus
atributos", incluidos su nombre, el envoltorio, el ambiente del local en
el que se consume, etc.”
Pero ¿cómo los otros vendedores recopilaron esa información? Para responder a ello se debe saber que el mercado, es decir, esa interacción constante y voluntaria entre personas para adquirir o deshacerse de un bien, nació de manera espontánea hace cientos de años atrás cuando el hombre empezó a realizar intercambios. Fue un proceso lento pero robusto, y en la actualidad es complicado de destruir. La única manera de hacerlo sería a través de la fuerza, vigilando a las personas para que no intercambien nada. Por lo que cada individuo tendría que vivir con un espía tras de sí.
Incluso en aquellos países donde se ha buscado abolir la
estructura de precios esta no desaparece, solamente pasa a funcionar tras
telones, por supuesto, jamás en la misma magnitud a razón de los riesgos.
Si uno va a cualquier cárcel puede ver que allí también hay un mercado, sólo
que adaptado a las condiciones existentes. Los presos puede que no utilicen la moneda nacional para
pagar por estar prohibida, así que utilizan los cigarrillos, las cartas o los
dijes, es decir, el llamado dinero mercancía. Y si fuere un sistema sumamente
estricto, donde se vigila y prohíbe el traspaso de propiedad de estos bienes,
pues entonces los reclusos optarán por intercambiar sus habilidades. Pero al
final de cada día, habrían ejecutado intercambios.
Además, así como el comprador tiene establecida su cota
máxima de precio que está dispuesto a pagar por un bien, de esta misma
manera el vendedor tiene una cota de precio mínima por la que está dispuesto a
desprenderse del bien. Aquí volvemos a citar la obra de Boehm Bowerk:
“[...] en el proceso
de poner precio existen fuerzas genuinas en acción -no fuerzas físicas, por
supuesto, sino subjetivas-. Se trata de los deseos subjetivos de aquellos que
quieren comprar un bien y de los deseos subjetivos de aquellos que desean
vender un bien a cambio de dinero.”
Como se puede entender, los deseos subjetivos de ambos, comprador / vendedor, son los que se manifiestan para el momento de etiquetar un precio, pero con la obvia diferencia de que sus deseos van en sentido opuesto. Uno desea adquirir un bien específico desprendiéndose para ello de cierta cantidad de dinero, mientras el otro desea deshacerse de un bien específico a cambio de obtener cierta cantidad de dinero. Para que el intercambio llegue a feliz término, es menester que el comprador aprecie más el bien ofrecido que el dinero que tiene en el bolsillo, mientras que el vendedor debe tener un interés contrario.
Claro está que, cada persona que se dirige a la bodega no
inicia un regateo con el vendedor, ni tampoco los compradores empiezan a competir
vociferando precios como en una subasta, y eso se debe al tipo de negociación
que se efectúa, por lo que a aquellas personas que deseen una explicación detallada
de cada una, les dejo aquí el enlace para descargar La Teoría Positiva del
Capital, de Bohm Bowerk: http://library.mises.org/books/Eugen%20von%20Bohm-Bawerk/The%20Positive%20Theory%20of%20Capital.pdf
O si prefieren, pueden ver la excelente clase que
impartió al respecto el economista español Jesús Huerta de Soto, desde la
Universidad Rey Juan Carlos de Madrid: https://www.youtube.com/watch?v=m-M_4v4svuo
La negociación que se desarrolla dentro de una bodega,
tienda o supermercado, funciona de manera tal que, una empresa ofrece cierta
cantidad prudente de un bien a X precio -copiado éste de
otros con similares características que se encuentran ya circulando en el
mercado-, y la receptividad del comprador le indicará si acertó o no en el
cubrimiento de sus necesidades y en el precio. Es un proceso de ensayo y error.
Por ello es que todo bien es sometido a riguroso proceso
antes de ser puesto a la venta, los empresarios deben hacer lo que se conoce
como estudio de mercado para basados en las valoraciones subjetivas ya
conocidas hacer su especulación.
Por ejemplo: que hasta el momento se ha notado que en el
pueblo hay por las tardes una gran cantidad de niños comprando helados, más
exactamente de chocolate y a un precio que oscila en conocido intervalo. Puede
que el nuevo empresario opte por agregar a su helado de chocolate una cubierta
con almendras y un centro de jarabe de frutas, que le hace único para el
instante. Ya varias personas buscadas como calificadoras lo han saboreado y le
han dado su aprobación. Así que el paso siguiente es distribuirlo en ciertos
negocios, y acompañar todo con una campaña de publicidad. Si al cierre de los
días es factor común que los dueños de los negocios llamen a la empresa a
solicitar más de sus helados a razón de que se agotan a gran velocidad,
entonces el empresario deberá especular entre aumentar la producción y/o subir
el precio. Pero, si el caso es que los negocios le informan al empresario que
la gente no compra sus helados, entonces deberá especular entre bajar el
precio, o poner nuevamente todo la mezcla a prueba.
Pero esto sólo ocurre cuando los cambios de receptividad
son bastante acentuados. De lo contrario, la variación en el precio dentro del
intervalo de referencia, lo efectuará solamente el vendedor minoritario. La red
de precios funciona de manera ascendente, es decir, del consumidor final al
primario. Si los compradores están dispuestos a pagar cada vez más por un
helado determinado, y además a llevar más unidades, entonces el vendedor
minoritario hará todo lo posible por aumentar sus cantidades de esta mercancía,
lo que le indica al empresario que puede aumentar los precios y/o la
producción. Y a su vez este, irá al respectivo mercado a ofrecer más dinero por
nuevos ingrediente y aparatos.
La labor del buen empresario será siempre la de ser
prudente en los momentos de auge, pues en el ejemplo dado de los helados, un
aumento repentino en el aprecio que sienten por ellos los consumidores, puede
deberse sencillamente al paso de una ola de calor, por lo que no valdría la pena
correr con los gastos –incurriendo incluso en deudas- de nuevos equipos y
espacios, cuando la situación se puede tratar con lo ya disponible, o
simplemente haciendo algún contrato a corto plazo con una ya existente empresa
productora de diferentes marcas de helados.
Situaciones como la señalada demuestran además que no
existen mercados estáticos o en equilibrio, siempre hay un dinamismo, por ello,
inexorablemente los precios son relativos, es decir, dependen de un sin número
de circunstancias que hacen que quien posee la autoridad (el comprador) varíe
tanto sus apreciaciones como la intensidad sobre las mismas, en un momento y
lugar determinado. Es como escribía Ludwig von Mises en su obra, La Acción
Humana:
“Cada precio refleja
la importancia que los individuos atribuyen a una cosa determinada en la
concreta situación en que se encuentran para suprimir su malestar.”
Así que mi apreciado amigo, claro que ese precio de las uvas no era justo, lo correcto sería decir que, era relativo.
Ahora bien, teniendo esto claro, se debe acotar que las
grandes distorsiones que sufre el sistema de precios se pueden deber única y
exclusivamente a factores como la explosión repentina de un conflicto bélico, una
catástrofe medioambiental, o la más recurrente y extrañamente aceptada,
intervención del Estado. El Estado puede distorsionar el sistema de precios al
tomar acciones como la expansión de la masa monetaria, la colocación de un
impuesto especial, la prohibición de comercialización, o la fijación de
precios, regla conocida popularmente como “precios justos”, y es la que nos interesa
tratar aquí.
Fijar un precio es tan absurdo como nocivo e
irrespetuoso. Quiere decir que los dirigentes del Estado le imponen a la
persona el precio al que debe vender algo que es de su entera propiedad. De
igual forma, le falta el respeto al comprador puesto que ahora sus valoraciones
subjetivas no valdrán de nada, quitándole de esta manera el poder que tiene
sobre el etiquetado de precios. Por supuesto, el hombre siempre tenderá a
buscar un plano donde pueda realizar sus intercambios en libertad. Es
precisamente por ello que los organismos estatales luego de dictar una medida
como la fijación de precios, deben empezar una rigurosa vigilancia para
castigar a quien no la acate. Como resultado siempre se percibirá lo mismo,
escasez del bien condicionado y la formación de un mercado oculto donde el bien se consigue en menor
cantidad y a un precio considerablemente superior puesto que, existe un alto
riesgo al movilizarse en el mismo, así que quien desee comprar aún a sabiendas
de las represalias, es porque su valoración del bien para satisfacer una
necesidad, va más allá de las posibles consecuencias del acto, y deberá
convencer a base de mayor cantidad de dinero al vendedor para que este también
se arriesgue.
Es por ello que Ludwig von Mises en La Acción Humana,
decía al respecto que:
“Lo absurdo de
cualquier intento de estabilización de precios radica precisamente en que
impide todo progreso y conduce a la rigidez y al inmovilismo. Las mutaciones de
precios y salarios, en cambio, provocan soluciones de armonía, incrementan el
bienestar y son vehículos de progreso económico.”
Entonces, ¿qué hace pensar a los dirigentes del Estado que en el mercado al ellos fijar el precio de un bien de consumo (ejemplo: el azúcar) los demás factores y circunstancias necesarios para su producción pasarán inmediatamente a ser invariables? La verdad es que nada, si las autoridades estatales acceden a la memez de fijar el precio de un bien -que por cierto lo hacen sobre todo con los llamados “productos básicos”-, es por simple demagogia. El discurso cala con facilidad, pues la natural esencia del proceso de intercambio es, desde la posición del comprador, que éste siempre buscará pagar menos para de esta manera con el dinero restante poder atender otras apetencias. Además, el efecto positivo de esta medida es inmediato, mientras su corolario negativo suele ser más lento. Pero una vez llega, el político de turno ya tiene un argumento de defensa, sus reglas no han fallado, todo es culpa de los vendedores por su inmoral apetito por el lucro. Lo dice sin percatarse –hay que dar el beneficio de la duda- de que comprador y vendedor son dos caras de una misma moneda. Una vez en ese punto, lanza su discurso donde dice que ahora habrá que fijar los precios de algunos bienes de producción, y que, ya ven, al mercado no se le puede dejar que funcione libremente. Algo así como que, cuando el Estado interviene el mercado, el mercado falla, y por ello la solución del Estado debe ser más intervención.
¡Piénsenlo!
Por: Diego Mendoza
Twitter: @Diego_MenHer
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