Con gran facilidad y frecuencia uno consigue artículos o
escucha a personas en las calles diciendo que la causa de nuestra calamidad
nacional se debe a “la picardía del venezolano”, a eso que han disfrutado en
llamar “la viveza criolla”, un calificativo que usan para mostrarnos
como individuos llenos de vicios, condenados a la miseria por algún extraño
tipo de herencia genética.
Lamentablemente muchos de los considerados intelectuales
del país, fueron o siguen siendo grandes difusores de estos conceptos que condenan a toda
una sociedad a la que califican de “inmadura, inculta y corrupta”, sin
percatarse que ellos mismos forman parte de esta. Su retórica ha sido la
coartada perfecta para que los políticos intervengan en la vida de las personas
puesto que, alientan con loas el gobierno de los expertos, de los
planificadores que se supone deben civilizar y conducir a la masa ignorante y
salvaje. Los políticos del Estado son entonces un grupo selecto que por venia
bendita nació de una sociedad condenada con el propósito de conducir el rebaño
al verdadero camino de la prosperidad y la felicidad. Sería en fin, el gobierno
de los filósofos que proponía Platón en el VI libro de La República.
La mayoría de nuestros políticos junto a estos
intelectuales se han esmerado desde hace años por procurar que el individuo no
crezca, que sea dependiente del Estado, porque según argumentan, si se deja en
manos de las personas el control sobre sus propias vidas el país se destruiría.
Paradójicamente para ellos, el país yace destruido actualmente pese a que se
aplicó esta fórmula maestra. Pero aceptar que el modelo no funciona es una
garrafal derrota que nunca han estado determinados a aceptar, por lo que se
debe buscar un culpable del fracaso.
¡Bingo! Ese
culpable es el individuo que ellos gobiernan. Las ansias de lucro y el egoísmo los dañan y
hacen que el sistema no pueda funcionar correctamente. Estas personas serían entonces las que vendían la
gasolina que recién habían comprado, o las que ofrecían dinero para ser los
primeros en la lista de operaciones del hospital. O las que ofrecían un soborno
para hacerse con un cupo en el sistema de venta de divisas.
Curiosamente, los políticos e intelectuales no saben
responder cuando se les pregunta si se puede considerar un delito el vender algo que hemos adquirido honestamente
como la gasolina, o si es un delito ofrecer más dinero a cambio de una
operación porque sencillamente la valoramos más, o estar dispuestos a pagar más
por otra moneda. Para ellos son delitos por la simple razón de que viola normas
que ellos mismo escribieron en un papel, sin importar cuánto sentido tengan.
En nuestro país los dirigentes del Estado han actuado de
manera apasionada al momento de quitarle libertades a los individuos, claro que
no lo presentan de esta manera, suena mejor cuando dicen que están quitando
un peso de encima, una preocupación o responsabilidad, y que todo se hace en
nombre de la igualdad y la justicia social.
Así es como el Estado ha intervenido sigilosamente para
encargarse por ejemplo de monopolizar el surtido de gasolina; para desempeñar
labores dentro del sector salud a través de los hospitales estatales; o para
llevar a cabo la venta de divisas. Con cada intervención en cualquier área
automáticamente se tiene por efecto la distorsión de los incentivos a los que
cualquier persona atiende en la búsqueda de la satisfacción de sus necesidades.
Una lección:
en el caso puntual de la venta de gasolina, el Estado se encargó de imponer un
subsidio, vendiéndole muy por debajo del precio de mercado, en otras palabras,
el precio que las personas están dispuestas a pagar de manera voluntaria. Ello
creó como era de esperarse, un mercado paralelo que es de por sí el mercado
real, y no la ficción que el aparato estatal trata de imponer. Las personas se
percataron de la diferencia de precio que surgió, que generaba una amplia ganancia y como es natural se aventuraron a obtenerla.
Su acción era llanamente comprar en un mercado cierta cantidad de gasolina,
para venderlo en otro, logrando un beneficio. El delito no se aprecia por
ningún lado, pero el Estado concluyó que esto se debía etiquetar como un delito
de extracción de recursos, “un vil saqueo al país”.
Por años este discurso se repitió una y otra vez, hasta
que se consiguió el cometido de hacer ver como delincuentes a quienes
efectuaban este negocio. Al Estado no se le ocurrió que mantener el subsidio
era una medida absurda que distorsionaba el mercado y además hacía necesario
gastar otras enormes sumas de dinero combatiendo el supuesto negocio ilícito.
En lo referente a los denominados hospitales públicos, lo
común como en cualquier país donde se desarrollan estas políticas, es que
existieran largas listas de espera para acceder al beneficio del subsidio de una
operación, por lo que las personas con mayor urgencia estaban dispuestas a
ofrecer dinero a cambio de su pronta atención, de cualquier manera esto
representaba una ventaja al tener que realizar un desembolso menor que al ir a
un hospital privado.
Las personas según la lógica de las autoridades
estatales, habrían cometido el grave delito de evaluar las posibilidades y
decantarse por aquella que le representa un menor gasto. Todavía hoy se niegan
a aceptar que es su intervención en el servicio médico la que ocasiona
problemas que de otra manera serían inexistentes.
Algo muy similar ocurría con el sistema de divisas al ser
el Estado directamente un proveedor, este las vendía a un precio irreal, es
decir, muy por debajo al hallado en el mercado, por lo que se creaba el
incentivo perfecto para comprarle, e incluso para procurarse un cargo en la
entidad encargada de administrarlas, pues ello significaba la posibilidad de
hacerse con sobornos para agilizar la entrega de divisas ante la maraña de
trámites burocráticos impuestos. La explicación que dieron las autoridades
estatales era la de siempre, que el dinero corrompía el espíritu de ciertas
personas haciendo inviable el sistema adoptado. Cabría preguntarse si los
mismos problemas existen en las casas de cambio privadas donde el precio de las
divisas se rige por la actividad libre de mercado.
Sucesos parecidos se presentaron cuando al Estado se le
ocurrió fijar precios como respuesta al aumento que se venía apreciando en
ciertos bienes a raíz de la inflación perpetrada desde el Banco Central. Los
bienes empezaron a escasear ya que nadie en su sano juicio –fuera del Estado-
está dispuesto a producir a pérdida. Por suerte, nuevamente el mercado real
surgió - aunque bajo constante asedio - cuando los productores, muchas veces
por medio de las grandes cadenas de supermercados, vendían los productos
regulados a personas dispuestas a correr los riegos de venderlos desde sus casa
al precio que espontáneamente se iba creando. Las personas que hacían esto
fueron rápidamente bautizadas de manera despectiva por los políticos como “bachaqueros”,
y se les adjudicaron los mismísimos problemas de desabastecimiento e inflación.
Los organismos de seguridad se encargaban de tenderles trampas para ponerlos
bajo arresto y robarles estos productos que comercializaban.
Como se puede notar, las autoridades estatales han sido
expertas en crear delitos irracionales para evadir sus responsabilidades cuando
las políticas experimentadas conducen a una situación de malestar e
inviabilidad. Por infortunio, muchas veces este discurso cala en la mayoría de
individuos de la sociedad quienes empiezan a ver al prójimo como un enemigo del
progreso y el orden, y llegan al punto de considerar que los males padecidos no
se deben a la implementación de directrices erradas, sino a un inconveniente
cultural donde el ansia de lucro y el egoísmo corrompe el espíritu de los individuos.
Parece que cuesta más el percatarse de que es precisamente
la intervención del Estado la que redirecciona los incentivos hacia sí mismo,
de tal manera que pertenecer al Estado o hacer tratos con este es un negocio que
genera importantes beneficios.
En conclusión, lo que debemos buscar con temple es la salida
del Estado de la actividad económica, puesto que su participación en la misma
siempre significará el entorpecimiento de los procesos que de manera voluntaria
realizamos a diario. Y que si la “picardía del venezolano” o la “viveza
criolla” es el título otorgado a nuestro afán por consolidar la
libertad individual, entonces la tarea está clara: hay que defender y
fomentar la Viveza Criolla.
Por: Diego Mendoza
Twitter: Diego_MenHer
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