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La lucha por un salario digno


[Sin lugar a dudas que la lucha por un salario digno continúa más vigente que nunca; inamovible porque los derechos de los trabajadores no se negocian, y el ansia desmedida de lucro de algunos empresarios no puede ser factor imperante para someter a la crueldad del trabajo desmedido a los trabajadores por unos cuantos centavos. Esencial es izar la sublime frase que Marx y Engels plasmaron en el Manifiesto del Partido Comunista: ¡Proletarios de todos los países del mundo, uníos!]

Muy probablemente no exista un discurso más trillado en la jerga de la inmensa mayoría de los políticos, además de propicia para enardecer a muchos trabajadores que enseguida empiezan a gritar vítores y a aplaudir por la fijación de un salario mínimo. El sembrado maniqueísmo entre contratista y contratado ha logrado tristemente su cometido, me atrevo a decir que en el mundo entero, por supuesto que, en algunos países más que en otros.

A muchos le cuesta asimilar la idea de que la eliminación del salario mínimo fijado por el Estado, puede traer mayores beneficios para todos. Supongo que, se sentirían huérfanos de una legislación que pregona estar entregada a atender y cuidar a los trabajadores de los abusos cometidos por los empresarios que en el solar del libre mercado tienen luz verde para hacer y deshacer con sus empleados.

De por sí, nunca he comprendido quiénes son los trabajadores a los que estos políticos se dirigen, y quiénes los viles contratistas. La idea es demasiado ambigua con toda intencionalidad, pues sólo pretende crear rencillas. La verdad es que muchos de nosotros hemos sido ambas cosas, empleado y empleador, en algún momento. Por ejemplo, algunos hemos contratado los servicios de manera permanente de un vigilante para nuestro urbanismo, o de un conserje, otros puede que tengan al menos una persona empleada en su pequeña bodega. Hablando directamente con la persona hemos llegado a establecer de buena manera un acuerdo, él nos dice cuánto cobra por su trabajo, y nosotros analizamos cuánto estamos dispuestos a pagar, siempre habiendo examinado a varios candidatos que cumplen con nuestras exigencias.

Causa por ende perplejidad que luego muchos de nosotros nos hallemos en un mitin demonizando la imagen de un empleador, pero como dijo una vez en una entrevista radial con César Miguel Rondón el profesor Ramón Piñango: “Los seres humanos somos grandiosos a la hora de contradecirnos a nosotros mismos.”

Para evitar cometer este error es menester entonces detenernos a pensar un poco. En primer lugar, entender que empleado y empleador son dos caras de una misma moneda, pues hasta el más exitoso de los empresarios es un empleado más, de quién, del consumidor. Trabaja y se desvela especulando cómo satisfacer sus apetencias, pues si quiere mantener su negocio y expandirlo, no tiene más remedio que cumplir los caprichos de la mayoría. Segundo, que un contrato, sea cual fuere, se puede acordar sin necesidad de la intervención del Estado, todo aquél que se halle en el uso pleno de sus capacidades cognoscitivas, puede acordar por cuánto está dispuesto a cesar su ocio para prestar sus habilidades a un proceso de producción. Tercero, que todo aquél que no se halle satisfecho con la actividad que realiza por considerar que le pagan un salario bajo, que el ambiente laboral es hostil, o cualquier otra queja, es libre de retirarse, de no poder hacerlo ya estaríamos hablando de esclavitud, una práctica repugnante que el sistema de justicia debe enseguida atender, y que nada tiene que ver con el libre mercado. Cuarto, si en el país donde nos encontramos existe realmente un mercado donde hay empresarios y no pseudoempresarios o empresarios de lobby, que son aquellos que desarrollan sus negocios bajo la protección y/o prerrogativas del Estado. Y quinto, ya que las comparaciones es algo inevitable, debemos pensar cuáles son las razones por las que en algunos países los salarios son “altos”, mientras en otros son “bajos”.

Este último punto considero que es el más importante de aclarar. Pero antes de tocarlo es ineludible tener un concepto claro de la importancia del trabajo, así como de dónde se deriva el salario. Es obvio que el aporte que uno le puede hacer al proceso de producción para crear un bien es esencial, pero no es único, pues el tiempo mismo también es un factor determinante, así como lo son las herramientas y los espacio. Como correctamente lo señaló Ludwig von Mises en su obra, La Acción Humana:

 

Ninguna mercancía es fruto exclusivo del trabajo. Se trata siempre del resultado de una intencionada combinación de trabajo y factores materiales de producción.

 

Por ende, podemos empezar a deducir que la implementación de algunas de nuestras determinadas facultades en el proceso de producción lo que consigue es acercar el bien a su punto de culminación para ser puesto en su requerido mercado, y dicha aportación lo que consigue es agregar una parte del valor que se especula el bien tendrá a la postre. Formamos parte del coste de producción que entra en el cálculo del empleador, como también lo hace la adquisición y mantenimiento de instalaciones y maquinarias, y los plazos de tiempo requeridos.

Sin duda entonces que devengamos sencillamente el valor de nuestro aporte a todo un proceso donde hay más de un engranaje. Cuando se exige por leyes que el empresario pague más de lo que había concordado con el empleado, se le está obligando a retirar una suma de dinero que ya se encontraba predispuesta para cubrir otras necesidades con las que inexorablemente se generarían nuevas fuentes de empleo. Por consiguiente procederá a realizar nuevamente los cálculos donde observará si el negocio sigue siendo rentable con los nuevos gastos, de no ser así, tendrá que reducir personal, es decir, que algunos ganaremos un mayor salario a costa de la pérdida del empleo de otros compañeros. Y la inmensa mayoría de esos compañeros muy seguramente estarían felices de conservar su empleo cobrando el salario previo al decretado aumento, pero los políticos que manejan el Estado se lo prohíben. En pocas palabras, le han puesto en situación de paro o desempleo tras cumplir con las llamadas reivindicaciones laborales.

Algunos inteligentemente podrían argumentar que han sido testigos recurrentes de cómo en varios países han fijado sueldos mínimos que cada cierto tiempo aumentan sin que ello conlleve a una situación de crisis, por lo que se deduce que en realidad el empleador estaba obteniendo suntuosos beneficios a base de ofrecer paupérrimos salarios. Dos cosas al respecto de esta idea, 1) claro que existen empleadores que ofrecen pésimos salarios, pero en un sistema de libre mercado donde el Estado no impide el surgimiento y expansión de empresas, estos son rápidamente excluidos por la simple razón de que tendrán que competir por  atraer la mano de obra ameritaba. Es por esto que se ve que algunos ofrecen servicio de comedor, vivienda, transporte, dotación de indumentaria, capacitaciones especiales, y hasta incluso jornadas de consultas médicas y recreativas para las familias, todo por persuadir al trabajador para contratarle. Y 2) que es absurdo que el empleador pague más de lo que puede, y lo que puede pagar se halla directamente establecido por el consumidor, como perspicazmente lo escribía Mises en su libro ya mencionado:

 

El patrono no puede hacer caridad a costa de la clientela. No puede pagar salarios superiores a los del mercado si los compradores, por su parte, no están dispuestos a abonar precios proporcionalmente mayores por aquellas mercancías que se producen pagando esos incrementados salarios.

 

Por lo que habrán ciertos sectores que sí podrán hacerle frente al aumento sin necesidad de reducir gastos, puesto que los bienes que producen tienen una apreciación mayor, sin embargo, otros verán caer la demanda, por lo que se deberán incurrir en recortes si se quiere mantener abierto el negocio. A este paro involuntario que es obra y gracia de la intervención del Estado, se le llama paro institucional y la mejor manera de evitarlo es dando un contundente “No”, a cualquier intento burocrático de entorpecer el contrato laboral que acuerdan dos adultos.

Y por poco paso por alto que el dictaminar un sueldo mínimo conlleva a la desaparición de las empresas marginales, es decir, aquellas que logran ganancias para apenas mantener actividades, y que por cierto suele ser condición común de cualquier emprendimiento. Tener de pronto que pagar más a sus empleados les llevará a incurrir en pérdida, pues no cuenta con la capacidad para esperar posibles mejoras futuras.

Por lo que esto último sirve para empezar a deslumbrar dónde yace el foco de la diferencia salarial que se nota entre países. Y es que aquellas empresas que pueden ofrecer un mejor salario son las que obtienen mayores beneficios de su actividad y pueden hacer uso de estos, para lo que es menester no tener que soportar grandes cargas impositivas. Un mayor ingreso neto anual, permite que el empleador adquiera nuevas y más sofisticadas máquinas e instalaciones que conducen a mejorar el rendimiento del proceso de producción, pues jamás será lo mismo lo que pueda hacer en 1 hora un trabajador del calzado con un martillo y unas puntillas en una fábrica en Somalia, que lo que hará ese mismo trabajador durante el mismo tiempo, pero estando en Singapur en una fábrica que cuenta con una máquina computarizada que lo único que debe hacer es programar. Ello nos dirige entonces a resolver que la generación de mejores salarios e incluso la mejora de las condiciones laborales haciendo que sea menor el cansancio, pasa por permitir que el capital de los empleadores aumente.

Cuando el Estado establece trabas para impedir que el empresario crezca y alcance mayores beneficios en pro de la búsqueda de un salario digno para el trabajador, lo que consigue es exactamente lo contrario.

Para concluir, vale la pena analizar las causas por las cuales los trabajadores reunidos en la figura del sindicato exigen un aumento salarial alineándose con el político que prometa una vez alcanzado el apetecido cargo, hacer ley sus demandas, pues lo más probable es que se deba a que el poder adquisitivo del dinero es cada vez menor a razón de la inflación promovida directamente por el Estado que es quien ostenta el monopolio de la emisión monetaria. Aunque también existe el escenario donde la inflación es posterior a los aumentos arbitrarios como medida asumida por el Estado para aplacar el desempleo que se comienza a generar. Y como siempre, en cada caso la solución sería y seguirá siendo, menos intervención. 

La lucha por un salario digno ha de ser la lucha por que se nos permita cobrar el salario bruto que espontáneamente arroja el mercado, y no por un salario mínimo con alzas nominales cada cierto tiempo que termina por llevar a cientos de personas al desempleo.

¡Piénsenlo!

Por: Diego Mendoza

Twitter: @Diego_MenHer

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