Muy
probablemente no exista un discurso más trillado en la jerga de la inmensa
mayoría de los políticos, además de propicia para enardecer a muchos
trabajadores que enseguida empiezan a gritar vítores y a aplaudir por la
fijación de un salario mínimo. El sembrado maniqueísmo entre contratista y
contratado ha logrado tristemente su cometido, me atrevo a decir que en el
mundo entero, por supuesto que, en algunos países más que en otros.
A
muchos le cuesta asimilar la idea de que la eliminación del salario mínimo
fijado por el Estado, puede traer mayores beneficios para todos. Supongo que,
se sentirían huérfanos de una legislación que pregona estar entregada a atender
y cuidar a los trabajadores de los abusos cometidos por los empresarios que en
el solar del libre mercado tienen luz verde para hacer y deshacer con sus
empleados.
De
por sí, nunca he comprendido quiénes son los trabajadores a los que estos
políticos se dirigen, y quiénes los viles contratistas. La idea es demasiado
ambigua con toda intencionalidad, pues sólo pretende crear rencillas. La verdad
es que muchos de nosotros hemos sido ambas cosas, empleado y empleador, en
algún momento. Por ejemplo, algunos hemos contratado los servicios de manera
permanente de un vigilante para nuestro urbanismo, o de un
conserje, otros puede que tengan al menos una persona empleada en su
pequeña bodega. Hablando directamente con la persona hemos llegado a establecer
de buena manera un acuerdo, él nos dice cuánto cobra por su trabajo, y nosotros
analizamos cuánto estamos dispuestos a pagar, siempre habiendo examinado a
varios candidatos que cumplen con nuestras exigencias.
Causa
por ende perplejidad que luego muchos de nosotros nos hallemos en un mitin
demonizando la imagen de un empleador, pero como dijo una vez en una entrevista
radial con César Miguel Rondón el profesor Ramón Piñango: “Los seres humanos
somos grandiosos a la hora de contradecirnos a nosotros mismos.”
Para
evitar cometer este error es menester entonces detenernos a pensar un poco. En
primer lugar, entender que empleado y empleador son dos caras de una misma
moneda, pues hasta el más exitoso de los empresarios es un empleado más, de
quién, del consumidor. Trabaja y se desvela especulando cómo satisfacer sus
apetencias, pues si quiere mantener su negocio y expandirlo, no tiene más
remedio que cumplir los caprichos de la mayoría. Segundo, que un contrato, sea
cual fuere, se puede acordar sin necesidad de la intervención del Estado, todo
aquél que se halle en el uso pleno de sus capacidades cognoscitivas, puede
acordar por cuánto está dispuesto a cesar su ocio para prestar sus habilidades
a un proceso de producción. Tercero, que todo aquél que no se halle satisfecho
con la actividad que realiza por considerar que le pagan un salario bajo, que
el ambiente laboral es hostil, o cualquier otra queja, es libre de retirarse, de
no poder hacerlo ya estaríamos hablando de esclavitud, una práctica repugnante
que el sistema de justicia debe enseguida atender, y que nada tiene que ver con
el libre mercado. Cuarto, si en el país donde nos encontramos existe realmente
un mercado donde hay empresarios y no pseudoempresarios o empresarios de lobby,
que son aquellos que desarrollan sus negocios bajo la protección y/o
prerrogativas del Estado. Y quinto, ya que las comparaciones es algo
inevitable, debemos pensar cuáles son las razones por las que en algunos países
los salarios son “altos”, mientras en otros son “bajos”.
Este
último punto considero que es el más importante de aclarar. Pero antes de
tocarlo es ineludible tener un concepto claro de la importancia del trabajo,
así como de dónde se deriva el salario. Es obvio que el aporte que uno le puede
hacer al proceso de producción para crear un bien es esencial, pero no es
único, pues el tiempo mismo también es un factor determinante, así como lo son
las herramientas y los espacio. Como correctamente lo señaló Ludwig von Mises
en su obra, La Acción Humana:
Ninguna mercancía es fruto exclusivo
del trabajo. Se trata siempre del resultado de una intencionada combinación de
trabajo y factores materiales de producción.
Por ende, podemos empezar a deducir que la implementación de algunas de nuestras determinadas facultades en el proceso de producción lo que consigue es acercar el bien a su punto de culminación para ser puesto en su requerido mercado, y dicha aportación lo que consigue es agregar una parte del valor que se especula el bien tendrá a la postre. Formamos parte del coste de producción que entra en el cálculo del empleador, como también lo hace la adquisición y mantenimiento de instalaciones y maquinarias, y los plazos de tiempo requeridos.
Sin
duda entonces que devengamos sencillamente el valor de nuestro aporte a todo un
proceso donde hay más de un engranaje. Cuando se exige por leyes que el
empresario pague más de lo que había concordado con el empleado, se le está
obligando a retirar una suma de dinero que ya se encontraba predispuesta para
cubrir otras necesidades con las que inexorablemente se generarían nuevas
fuentes de empleo. Por consiguiente procederá a realizar nuevamente los
cálculos donde observará si el negocio sigue siendo rentable con los nuevos
gastos, de no ser así, tendrá que reducir personal, es decir, que algunos
ganaremos un mayor salario a costa de la pérdida del empleo de otros compañeros.
Y la inmensa mayoría de esos compañeros muy seguramente estarían felices de
conservar su empleo cobrando el salario previo al decretado aumento, pero los
políticos que manejan el Estado se lo prohíben. En pocas palabras, le han
puesto en situación de paro o desempleo tras cumplir con las llamadas
reivindicaciones laborales.
Algunos
inteligentemente podrían argumentar que han sido testigos recurrentes de cómo
en varios países han fijado sueldos mínimos que cada cierto tiempo aumentan sin
que ello conlleve a una situación de crisis, por lo que se deduce que en
realidad el empleador estaba obteniendo suntuosos beneficios a base de ofrecer
paupérrimos salarios. Dos cosas al respecto de esta idea, 1) claro que existen
empleadores que ofrecen pésimos salarios, pero en un sistema de libre mercado
donde el Estado no impide el surgimiento y expansión de empresas, estos son
rápidamente excluidos por la simple razón de que tendrán que competir por atraer la mano de obra ameritaba. Es por esto
que se ve que algunos ofrecen servicio de comedor, vivienda, transporte,
dotación de indumentaria, capacitaciones especiales, y hasta incluso jornadas
de consultas médicas y recreativas para las familias, todo por persuadir al
trabajador para contratarle. Y 2) que es absurdo que el empleador pague más de
lo que puede, y lo que puede pagar se halla directamente establecido por el
consumidor, como perspicazmente lo escribía Mises en su libro ya mencionado:
El patrono no puede hacer caridad a
costa de la clientela. No puede pagar salarios superiores a los del mercado si
los compradores, por su parte, no están dispuestos a abonar precios
proporcionalmente mayores por aquellas mercancías que se producen pagando esos
incrementados salarios.
Por
lo que habrán ciertos sectores que sí podrán hacerle frente al aumento sin
necesidad de reducir gastos, puesto que los bienes que producen tienen una
apreciación mayor, sin embargo, otros verán caer la demanda, por lo que se
deberán incurrir en recortes si se quiere mantener abierto el negocio. A este
paro involuntario que es obra y gracia de la intervención del Estado, se le
llama paro institucional y la mejor manera de evitarlo es dando un contundente
“No”, a cualquier intento burocrático de entorpecer el contrato laboral que
acuerdan dos adultos.
Y
por poco paso por alto que el dictaminar un sueldo mínimo conlleva a la
desaparición de las empresas marginales, es decir, aquellas que logran
ganancias para apenas mantener actividades, y que por cierto suele ser
condición común de cualquier emprendimiento. Tener de pronto que pagar más a
sus empleados les llevará a incurrir en pérdida, pues no cuenta con la capacidad
para esperar posibles mejoras futuras.
Por
lo que esto último sirve para empezar a deslumbrar dónde yace el foco de la
diferencia salarial que se nota entre países. Y es que aquellas empresas que
pueden ofrecer un mejor salario son las que obtienen mayores beneficios de su
actividad y pueden hacer uso de estos, para lo que es menester no tener que
soportar grandes cargas impositivas. Un mayor ingreso neto anual, permite que
el empleador adquiera nuevas y más sofisticadas máquinas e instalaciones que conducen
a mejorar el rendimiento del proceso de producción, pues jamás será lo mismo lo
que pueda hacer en 1 hora un trabajador del calzado con un martillo y unas
puntillas en una fábrica en Somalia, que lo que hará ese mismo trabajador
durante el mismo tiempo, pero estando en Singapur en una fábrica que cuenta con
una máquina computarizada que lo único que debe hacer es programar. Ello nos
dirige entonces a resolver que la generación de mejores salarios e incluso la
mejora de las condiciones laborales haciendo que sea menor el cansancio, pasa
por permitir que el capital de los empleadores aumente.
Cuando
el Estado establece trabas para impedir que el empresario crezca y alcance
mayores beneficios en pro de la búsqueda de un salario digno para el
trabajador, lo que consigue es exactamente lo contrario.
Para concluir, vale la pena analizar las causas por las cuales los trabajadores reunidos en la figura del sindicato exigen un aumento salarial alineándose con el político que prometa una vez alcanzado el apetecido cargo, hacer ley sus demandas, pues lo más probable es que se deba a que el poder adquisitivo del dinero es cada vez menor a razón de la inflación promovida directamente por el Estado que es quien ostenta el monopolio de la emisión monetaria. Aunque también existe el escenario donde la inflación es posterior a los aumentos arbitrarios como medida asumida por el Estado para aplacar el desempleo que se comienza a generar. Y como siempre, en cada caso la solución sería y seguirá siendo, menos intervención.
La lucha por un salario digno ha de ser la lucha por que se nos permita cobrar el salario bruto que espontáneamente arroja el mercado, y no por un salario mínimo con alzas nominales cada cierto tiempo que termina por llevar a cientos de personas al desempleo.
¡Piénsenlo!
Por:
Diego Mendoza
Twitter:
@Diego_MenHer
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